La verdad y el subjetivismo
En la posición subjetivista, la ética empírica consiste en hacer de los
valores simples apreciaciones, más o menos arbitrarias, de los individuos y de
la sociedad. De aquí, que halla dos tipos de subjetivismo, el individualismo
y el social o específico. Entre el subjetivismo, en cualquiera de sus dos
facetas, y el objetivismo, media una oposición absoluta. Pues los valores existen
en sí, y por sí, independientemente de
toda estimación subjetiva.
La ética subjetivista constituye
una, de las varias manifestaciones de una doctrina más general, que en realidad
representa una actitud ante la vida. Se alude a la tesis que refiere a la
subjetividad todo cuanto existe. Esta manera de concebir lo existente fue
defendida, de modo sistemático, por el sofista Protágoras. También, es bien
conocida la frase, del orador abderitano, “el hombre es la medida de todas las
cosas; de la existencias de las cosas que existen y de la no existencia de las
que no existen”. En el Teetete, Platón, de Atenas, hizo de dicho principio la
interpretación que todavía se admite. Según la exégesis platónica, cuando el
retórico de Abdera, sostiene que el
hombre es la medida de todas las cosas, no se refiere a la humanidad, abstractamente
considerada, sino a cada individuo, en lo que tiene de personal e irreductible.
Se comprende con tal opinión que,
cada hombre es la medida de lo real. En el contexto epistemológico, la tesis
equivale a sostener que la verdad no es objetiva, o dicho, con otras palabras,
que hay tantas verdades como individuos. Cada
hombre tiene su verdad, de lo cual se
comprende que, lo que es verdadero para
uno, puede no serlo para los demás. Por lo tanto, es posible que, un mismo juicio exprese a la vez, para
diferentes sujetos, una verdad y una falsedad.
Parece en opinión de Protágoras,
que las cosas son, con relación a una persona, tales como a esa persona le
parecen, y con relación a otra persona, tales como a la otra persona le parecen.
En la situación que corre un mismo viento, uno siente frio, otro no lo siente.
Este relativismo sensualista tiene su antecedente en la idea de Heráclito del devenir
perpetuo. El fundador de la Academia, expresó en esta opinión, los orígenes de
tal filosofía, “ninguna cosa es una, tomada en sí misma, y a ninguna cosa, sea
la que fuere, se le puede atribuir con razón y denominación ni cualidad ninguna, que si se llama grande una cosa parecerá
pequeña, si pesada parecerá ligera, y así en lo demás, porque nada es uno, ni
igual, ni de calidad determinada, sino de la traslación, del movimiento, y de su
mezcla recíproca se forma todo lo que se dice que existe, sirviéndose en esto
de una expresión impropia, porque nada existe, sino que todo deviene”.
Se podría concluir, que la teoría epistemológica de Protágoras, culmina
en el agnosticismo. Si la verdad
consiste en la sensación, y las sensaciones difieren en cada individuo, habrá que
considerar todas las opiniones como igualmente verdaderas. Más si todo es
verdad, resulta que nada es cierto porque a lo que un sujeto le parece evidente
puede parecerle a otro falso. Se percibe que no habiendo un criterio de
certidumbre, tampoco habrá ciencia, sino una abigarrada variedad de opiniones
divergentes y contradictorias.
Si se aplica en el orden moral,
la doctrina subjetivista examinada del sofista lleva a la afirmación de que el
bien alude a las estimaciones individuales consideradas valiosas. Se podría
decir que “cada hombre es la medida del
bien y del mal”.
El subjetivismo ha sido aplicado a todos los ámbito de lo existente. No
sólo hay un subjetivismo epistemológico y un subjetivismo moral, también se
tiene el subjetivismo religioso, el estético, etc. Por ejemplo, para el jurídico,
no es la justicia un valor independiente
de las apreciaciones humanas, sino un producto, más o menos arbitrario, de los
juicios estimativos de los hombres.
Marisol Hernández. Dra en Ciencia Política