sábado, 6 de julio de 2013

Hillary Clinton levanta la democracia en Asia. Marisol Hernández


 
         Hillary Clinton, el 12 de julio de 2012, se convirtió en la primera representante de la diplomacia estadounidense en visitar Laos desde 1955, mientras Barack Obama y Mitt Romney se desangran en Virginia o Colorado en una dura batalla electoral.  Hillary Clinton labra en Asia su leyenda como la más relevante Secretaria de Estado de Estados Unidos desde Henry Kissinger. H. Clinton ha definido aspectos esenciales de la política exterior norteamericana, como la vinculación del progreso económico con la democracia, y de paso ha levantado su imagen hasta niveles inalcanzables para el resto de la clase política de este país.
       Si Kissinger pasó la historia como el hombre que inició el diálogo con China, H. Clinton ha llevado las relaciones con ese país, hoy el mayor rival de EE UU en el mundo, a una nueva dimensión, la de la competencia política, y ha señalado a todo el continente un nuevo horizonte de libertad y derechos ciudadanos. Al mismo tiempo, ha presentado, en una gira que continúa hoy en Camboya y concluirá este fin de semana en Oriente Próximo, el mejor rostro de la diplomacia norteamericana actual, con prioridades en materia de igualdad para la mujeres y transparencia gubernamental.
        En un discurso en Mongolia, Clinton sin mencionar por su nombre a China, sostuvo que el avance en la satisfacción de las necesidades materiales de la población no es suficiente para crear sociedades justas y vigorosas. “Hay que desterrar el mito de que la democracia es un valor de Occidente. Este es el momento preciso para hablar de democracia en Asia, en la medida en que muchos países de esta región se enfrentan a la duda sobre qué modelo de gobierno es el que mejor se adapta a sus sociedades y sus circunstancias”, dijo. “El camino que elijan decidirá la vida de miles de millones de personas y el futuro de esta región”.
       Los países que quieren abrirse a los negocios pero permanecer cerrados a la libertad de expresión”, añadió Clinton, “descubrirán el alto precio que pagan por ello. Eso mata la innovación y desalienta a los emprendedores, ambas cosas vitales para un crecimiento sostenible”.
 
         La visita de H. Clinton a Mongolia era el reconocimiento a un país que está construyendo lo que la secretaria de Estado llamó “una valiente democracia” en un territorio rodeado por Rusia y China. Igualmente, quiso con su presencia en Vietnam estimular el tránsito de esa nación hacia un sistema de plenos derechos. “Sé que algunos argumentan que las economías en desarrollo”, manifestó Clinton en Hanoi, “tienen que poner el crecimiento económico por delante y ocuparse después de las reformas políticas y de la democracia. “Eso es una visión de muy corto plazo”. “Por lo tanto”, señaló, “quiero también expresar ahora las preocupaciones por los derechos humanos, incluidas las constantes detenciones de activistas, abogados y blogueros por la simple expresión pacífica de opiniones e ideas”.
         Dirigiéndose, en Tokio, a una conferencia internacional de donantes para Afganistán, H. Clinton subrayó la exigencia de igualdad de derechos para todos los ciudadanos, independientemente de su sexo. “EE UU cree firmemente”, explicó, “que ninguna nación puede conseguir la paz, la estabilidad y el crecimiento económico si la mitad de la población es marginada”. En alusión directa a Afganistán, donde se han apreciado muy pocas mejoras sobre la situación de la mujer desde que existe un Gobierno apoyado por EE UU y la OTAN, la secretaria de Estado advirtió que “todo progreso tiene que incluir la lucha contra la corrupción, por el buen gobierno y por la igualdad de oportunidades para todos los afganos, especialmente para la mujeres”.
        
        Un significado especial tuvo la escala de la secretaria de Estado Clinton en Laos, un país que cuenta con el triste récord de haber sido el más bombardeado per cápita en toda la historia: más de dos millones de toneladas de bombas arrojaron los norteamericanos sobre él en la guerra supuestamente secreta que se libró entre 1964 y 1973, en el marco del conflicto de Vietnam. En aquellos años, Washington actuaba bajo la llamada “teoría del dominó”, que pretendía frenar el contagio comunista de un país a otro en el sureste asiático. El miércoles 11 de julio de 2012, Clinton fue la primera responsable de la diplomacia estadounidense que aterrizaba allí desde John Foster Dulles en 1955, y lo hizo con la oferta de “construir unas relaciones que abarquen desde el trágico legado del pasado hasta encontrar un camino para ser socios en el futuro”. Probablemente, no hay un lugar más adecuado que Laos, donde las bombas lanzadas hace 40 años siguen hoy causando muertos, para representar el regreso de EE UU a Asia.
       Clinton ha sido el mejor estandarte de ese retorno a Asia. El mismo día de su visita a Laos, la Casa Blanca anunciaba el miércoles en Washington la eliminación de algunas sanciones a Myammar después de que el régimen de ese país hiciera significativas concesiones en libertades políticas y derechos humanos, un paso al que Clinton contribuyó decisivamente con una visita en diciembre pasado (en 2011)–la primera en 50 años de un secretario de Estado- en la que se reunió con la premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi. La foto de ambas fue una gloriosa representación del peso de la mujer en la política contemporánea.
       El prestigio acumulado durante sus años al servicio de Obama le da hoy a Hillary Clinton autoridad para hablar más alto que ningún miembro de esta Administración, como demostró muy recientemente al denunciar sin tapujos la complicidad de Rusia con el régimen de Siria. Esa autoridad se han transformado en respaldo y reconocimiento en su propio país. Una encuesta de The Washington Post recogía hace dos meses un 65% de apoyo a la labor de Clinton entre los norteamericanos –Obama tiene un 47% de aprobación-. Hillary Clinton ha insistido varias veces en que abandonará su puesto, y probablemente la política, tras las próximas elecciones. Pero será difícil para el Partido Demócrata encontrar en noviembre de 2016, cuando Clinton tendrá 69 años recién cumplidos, un mejor candidato.
Fuente: El País Internacional

La democracia en Asia. Marisol Hernández

 
         El problema de la democracia en Asia, se percibe que con  frecuencia, surge de algo que los franceses llaman "cohabitación", esto es un controversial arreglo mediante el cual un presidente electo directamente por el pueblo debe coexistir con un Parlamento controlado por un partido o grupo de partidos adversarios. Puede que a las  democracias de Estados Unidos o Francia les resulte posible funcionar con los "frenos y contrapesos" de un gobierno dividido (aunque el intento de los republicanos por destituir al presidente Clinton, en el año 1998, podría sugerir algo distinto), pero en Asia el no poder otorgar poderes ejecutivos y legislativos a una misma institución es, generalmente, un inconveniente.
Se comprende que esto es la situación cuando un gobierno intenta promulgar leyes que supongan reformas radicales en lo político o económico. El presidente electo quiere hacer cosas, pero la asamblea no aprueba las leyes necesarias, o viceversa.
          El esquema se representa con un punto muerto legislativo. Los líderes incompetentes culpan a las legislaturas por sus fracasos; los legisladores culpan a los presidentes que pertenecen a partidos rivales. Las acusaciones cruzadas pasan a reemplazar la aceptación de las propias responsabilidades, alimentando la demanda popular por un hombre (o mujer) fuerte que pueda pasar por encima de las divisiones políticas. Por ejemplo, el breve "gobierno de emergencia" de Indira Gandhi en los años 70 fue en parte resultado de esta disfunción institucional.
         Asimismo, un gobierno dividido también juega a favor de los movimientos separatistas de Asia.
En un momento crucial para el proceso de paz en Sri Lanka, la presidenta Kumaratunga se enfureció tanto por las políticas de su rival político, el primer ministro Wickremessinghe, que sacó de sus puestos a tres de sus ministros y llamó a elecciones con casi cuatro años de anticipación. Los únicos que parecen haberse beneficiado de esta división del sistema democrático son los feroces Tigres Tamiles. De manera similar, en Nepal la insurgencia maoísta se ha aprovechado de las divisiones entre el Rey y el Parlamento para ganar control de gran parte del interior del país.
        
       En el mismo orden de ideas, la renuncia del primer ministro de Tailandia, Thaksin Shinawatra, no es más que otra paradoja, mientras más vigor adquiere la democracia en Asia, más disfuncional se vuelve.
Por ejemplo, el intento de los partidos de oposición en el año 2005 de destituir mediante el juicio político al presidente de Corea del Sur, Roh Moo Hyun, con la más débil de las excusas; la imposibilidad del presidente de Taiwan, Chen Shui-bian, de lograr aprobar iniciativas legislativas en un Parlamento controlado por el opositor Kuomintang; el estancamiento del primer periodo de la presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal Arroyo y los insistentes rumores de un golpe de Estado  contra ella: cada una de estas situaciones es testimonio de una forma de parálisis democrática en Asia.
Si la situación de punto muerto y confusión fuera el único resultado, estos conflictos políticos podrían ser tolerables. Pero el estancamiento crónico ha puesto a varias democracias asiáticas frente a la amenaza del descrédito, la violencia potencial y la perspectiva de un declive económico.
         De hecho, los precedentes de inmovilidad democrática en Asia son poco esperanzadores. Por ejemplo, desde la creación de Paquistán en 1947, las divisiones partidistas hicieron que ningún gobierno electo haya sido capaz de completar su periodo. De modo que los desalentados paquistaníes han aprendido a aceptar al gobierno militar como cosa del destino.
        Sin embargo, las democracias asiáticas, con todo lo inestables que puedan ser, son preferibles a las autocracias militares, como en Paquistán o Birmania, o comunistas, como en China y Vietnam. Pese a que los peligros de una democracia debilitada no son, meramente, el bloqueo de la legislación y la ineficacia gubernamental. Los presidentes ambiciosos, pero cuyas iniciativas se ven frustradas, tienen la fácil tentación de tomar medidas inconstitucionales; ya que, razonan, el pueblo los eligió directamente. Lo mismo es válido en el caso de algunos primeros ministros. En efecto, una de las causas de las protestas que causaron la renuncia de Thaksin en Tailandia fue la acusación de que estaba debilitando las tradiciones democráticas del país a costa de un régimen personalista.
       
        Para concluir, basándose en  estos precedentes, se comprende que, quienes diseñan e implementan las políticas públicas en Asia deberían  de prescindir de la "cohabitación" y adoptar sistemas políticos (democráticos) en el cual la victoria electoral se refleje en poder real.
Por supuesto, los sistemas políticos parlamentarios no son perfectos. Ni Singapur ni Malasia, donde desde hace tiempo los partidos gobernantes han dominado el Parlamento, tienen culturas políticas tan saludables como las que se perciben en Taiwan o Corea del Sur.
No obstante, en democracias parlamentarias como las que existen en Japón o India, un líder electo dirige el país hasta el momento en que él o su partido o coalición pierden su mayoría legislativa. Esto significa que los gobiernos son evaluados, no por su capacidad de ser mejor estrategas que los parlamentos, sino por la calidad de sus políticas. Esta parece ser una forma más eficiente (y políticamente más estable) de democracia que la difícil cohabitación, que produce los conflictos y confrontaciones que ocurren en la región.
Abraham Lincoln tenía razón: una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse. En muchas democracias asiáticas, sólo la reconstrucción institucional impedirá el derrumbe.