ANÁLISIS GEOPOLÍTICO DE LA RELACIÓN NORTE –SUR. ALTERNATIVAS.
Marisol Hernández.
A la mitad del
siglo XX (los años cincuenta, sesenta y setenta), R. Prebisch y otros autores
opinaron sobre la realidad internacional utilizando el esquema Norte–Sur, imaginaban un núcleo hegemónico (en este
siglo, primero Londres, luego New York) versus un mundo subordinado o periferia
(los países poco desarrollados) que de acuerdo con la opinión de A. Piètte
(2002), poco tiene que ver con la
evolución posterior que, ya en el final de los noventa, se halla enmarcados en la globalización.
Simultáneamente se encuentra el fortalecimiento de algunas áreas––la Europa de las regiones (o UE), el
Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (o Nafta), la regionalización implícita que significa la zona asiática liderada por Japón, la
China Continental con Hong Kong anexado (y, quizás, pronto, Formosa, la
China "nacionalista"), las subregiones
de América Latina (donde el Mercosur interesa en particular), y así otras regiones
como las del Pacífico Sur (Oceanía, y todo lo que ello implica). Y precisamente,
a fines del siglo XX y siglo XXI, ha aparecido este fenómeno poderoso de la
globalización: ya es difícil saber cuál es el polo dominante.
Es decir,
siguiendo el criterio de M. Prelooker (1999),
no solamente el mundo bipolar ha cedido su lugar a otro tripolar sino
que también el impulso vital que tienen las
multinacionales fuerza hechos que antes eran impensables. A una presencia
casi dogmática del mercado––para algunos, una "religión" con
demasiados adeptos, y algunos muy poderosos––, se da la cuasi licuación del Estado–nación,
tal que el poder político ha cedido su lugar al "ensamble
económico–financiero" (P. E. Baquero Lazcano, 1995 y 1999; este último
en L. E. Di Marco, editor, 1999,cap. 1.2, pp. 85–89).
Además, la articulación Norte–Sur o Centro–Periferia
con su polo dominante y un ejército de subordinados de ayer, ha cedido el
paso a la globalización. Pero
muchos ignoran qué se mueve detrás de ella. No saben quiénes mandan. Ya la
identificación del "imperialismo" personificada por los Estados
Unidos y algunos otros países ricos de la Tierra, ha perdido toda connotación
seria. Mejor todavía. Hasta puede decirse que los propios Estados Unidos que
hoy representan––tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética
(el mayor emporio político y militar del mundo) también están sometidos al
gobierno mundial que se esconde tras la mágica globalización. A modo de
digresión, no puede dejarse de mencionar que el reacomodo de los países
pertenecientes al antiguo "imperio" soviético—las conocidas 15
repúblicas socialistas—ha significado una serie de fragmentaciones o nuevas
alianzas entre países o etnias—y lo mismo ha ocurrido con la ex república
yugoslava, en ambos casos con mucho dolor y muerte, producto de guerras
absurdas (Chechenia, Kosovo). Lo mismo puede decirse de otras regiones en Asia
o en África, con el resultado de nuevas alineaciones.
En este contexto internacional, y como
lo ha explicado A. Salbuchi (1999, Capítulos 2 y 9, desde los años 1920) el
"Council on Foreign Relations, Inc" ligado, desde 1973, a la
"Trilateral Commission", gobierna el mundo. Es decir, un país
como los Estados Unidos representa
el pórtico de la mansión que significa
el poder del "Council"; un país subdesarrollado y dependiente,
por el contrario, es algo así como el patio trasero de semejante palacio. Sin
embargo, esta nueva realidad, que denota una fortaleza y, a la misma vez,
una enorme incertidumbre y riesgo, no implica un sistema exento de
dificultades, en particular, para los países pobres del mundo.
Por ejemplo, y
como lo ha demostrado en otro ensayo (Di Marco, 1996, reproducido en libro del
autor, 1998, cap. l.2, pp. 25–42), la globalización implica un mayor dominio
de los más poderosos, y estos exigen reglas de juego cada vez más estrictas
en materia de mantener los conflictivos equilibrios interno—el relativo al
presupuesto del Estado—y externo—el ligado al balance internacional de
pagos. Semejante obligación trae, también, la postergación de las verdaderas
urgencias del mundo pobre—el Estado se convierte en un mero emisario de los
organismos multilaterales de crédito, entre ellos el Fondo Monetario
Internacional que es un engranaje pequeño pero relevante del citado Council on
Foreign Relations.
Lo antes
expuesto hace que se dé una trilogía entre Norte-Sur o globalización, pobreza y soberanía; esta
vez se ve afectada por la falta de poder decisorio que tiene un país pobre al
verse obligado a tomar medidas que no tiene coincidencia con su propia visión
de cómo organizar su economía. Los
desequilibrios mandan. Los conocidos planes de ajuste del FMI sólo tienen
en cuenta los aspectos económicos citados, dejando de lado los otros
desequilibrios—verbigracia, la brecha
social (producto de la desigual distribución del ingreso), la brecha tecnológica (la distancia
que separa nítidamente a los países ricos de los pobres), y la brecha demográfica (que se muestra
mediante la abismal diferencia entre las tasas de crecimiento poblacional de
los unos y de los otros, de los países ricos y de los pobres)(L. E. Di Marco,
2000; este trabajo comporta un ejercicio en economía matemática para incluir
tales restricciones dentro del modelo de ajuste practicado desde Washington DC.
Y en él se demuestra conceptualmente por qué la combinación de tales planes de ajuste dentro del contexto de
reformas neoliberales conllevan un enorme costo social, según se mide por
los millones de excluidos en América Latina y otras regiones pobres del mundo).
Todos sabemos,
aquella famosa frase de, que cuando
Estados Unidos estornuda, el mundo se resfría. Independientemente de que
los economistas se terminen de poner de acuerdo en si lo de Estados Unidos es
una desaceleración o ya es realmente una crisis económica, lo cierto es que se
ha revelado claramente que la economía norteamericana, al menos, no crecerá
como lo venía haciendo hasta ahora. Como
el enorme mercado que representa, esto tendrá un claro efecto de
ralentización para muchas economías productoras de bienes o de materias primas
y, por extensión, para la economía mundial.
Sin embargo, el imparable crecimiento de economías emergentes como la de China a
tasas que se espera que se mantengan por encima del diez por ciento (10%),
podría provocar un llamativo efecto en esta ocasión que, de alguna manera, distorsione las consecuencias de esta
crisis a nivel global.
China tiene una gran dependencia de petróleo,
metales y otras commodities, bienes que, en general, se producen en
economías emergentes. Actualmente, el comercio con estas economías
es responsable del cincuenta por ciento (50%) del crecimiento de la economía de
China. Ésta compra materias primas y vende bienes producidos de bajo coste,
por lo que, por primera vez, las economías emergentes, por ejemplo, del cono
sur americano, dejan de depender del crecimiento americano para pasar a
hacerlo del asiático, y el crecimiento asiático se verá menos afectado por el
menor crecimiento norteamericano y europeo.
Es decir, las relaciones comerciales directas entre países del sur tendrán claros efectos sobre el crecimiento económico global, y en cierta medida moderarán la previsible recesión.
Este diferente nivel de crecimiento económico en unas regiones respecto a otras, supone, además, un nuevo reto para gestionar el crecimiento de la economía de los países como España: una ralentización del crecimiento económico y de la demanda interna y de la de sus principales clientes, unida a un shock de oferta motivado por un incremento de los precios de las materias primas, causada a su vez por la demanda de las economías china e india. Se trataría entonces de la temida estanflación, una situación económica compleja de gestionar.
Es decir, las relaciones comerciales directas entre países del sur tendrán claros efectos sobre el crecimiento económico global, y en cierta medida moderarán la previsible recesión.
Este diferente nivel de crecimiento económico en unas regiones respecto a otras, supone, además, un nuevo reto para gestionar el crecimiento de la economía de los países como España: una ralentización del crecimiento económico y de la demanda interna y de la de sus principales clientes, unida a un shock de oferta motivado por un incremento de los precios de las materias primas, causada a su vez por la demanda de las economías china e india. Se trataría entonces de la temida estanflación, una situación económica compleja de gestionar.
No se percibe que la estanflación
llegue a producirse: primero, porque se estima que la inflación se moderará en
los próximos meses; y segundo, porque debería producirse un decrecimiento y no
una mera ralentización económica. Dicen que lo que se tiene ahora es sólo slowflation.
La recesión norteamericana es un
fenómeno pasajero que, tarde o temprano desaparecerá, así que se percibe que haya que preocuparse mucho del hecho en sí,
sino más bien del tiempo que durará. Lo que si preocupa es el crecimiento de India y China,
no sólo por el impacto económico que representa sino por el impacto
medioambiental y social que desencadenará, su efecto será más devastador que
cualquier efecto económico combinado en los países del tercer mundo.
Sobre el tema de China
e India habría muchísimo que contar. Si bien todas las economías están
interrelacionadas, es llamativo ver cómo EE.UU. entra en recesión mientras China crece a un 10% e India a un 9%.
Lo lógico sería que la recesión americana afectara al crecimiento de estas
economías.
Observaciones Finales
En definitiva,
mientras que en los tiempos de la relación centro–periferia o Norte–Sur se
podía de alguna forma saber dónde estábamos parados, quién mandaba, qué había
que hacer, cuáles eran los tributos y a quién rendírselos, ahora el
escenario ha cambiado. Si antes era difícil tener una política más o menos
autónoma para los países pobres del mundo, ahora simplemente es complejo.
La maquinaria
de la globalización, el "cerebro del mundo" en la expresión de
Salbuchi, toma decisiones que nadie conoce de un modo sino indirecto. Las
perspectivas de negociación se tornan complejas, por no decir imposibles de
lograr. Si uno se pregunta qué era
mejor––el esquema Norte–Sur o esta mundialización––la respuesta es, por lo
menos, muy problemática. Si bien antes los actores parecían estar ahí, ahora se
hallan agazapados. Y, tal vez, lo peor es que no se sabe cuál es el verdadero poder de los supuestos líderes
políticos de los países dependientes, los dominados por la globalización.
Una sutil red de "empleados" y "funcionarios" del Council
on Foreign Relations se mueve por todas partes, y su prédica a veces agudamente nacionalista y también populista,
confunde a más de un ciudadano.
Claro, la diferencia se da cuando el político se
convierte en el ejecutivo, el que administra una nación, una provincia, una
ciudad. Y allí comienzan las diferencias entre lo que se dice y lo que se hace.
"Hemos tratado de cumplir el mandato popular, pero resulta que la realidad
nos dice que lo que estamos haciendo es lo mejor para la gente", y se
recurre a tomar medidas que van de contramano con la historia no sólo del
partido político involucrado sino, y eso es lo gravísimo, que está en las
antípodas del ser nacional.
Por eso, es
difícil evaluar qué es mejor: si el mundo globalizado de hoy o el aparentemente
explícito esquema centro–periferia. Al menos, eso es lo que se nota en
la realidad política de países como los de América Latina donde, como se ha
expresado, uno no puede distinguir la verdadera identidad de un funcionario
electo, esto es, si es presidente, gobernador, alcalde o intendente o, apenas
juegue el papel de un gerente general de un proyecto que le es ajeno.
La disyuntiva es, pues, muy grave. Se trata de
obedecer ciegamente a la mundialización o, con las fuerzas que restan, con el
coraje y la audacia del sentir patriótico, privilegiar la identidad nacional.
Por cierto, un país no es un compartimento estático sino que puede ser, como en
los buenos tiempos, un proyecto propio dentro del mundo global o, tal vez,
desglobalizado, cuando el capitalismo se integre con lo social, y una nueva
era, la de la economía capitalista con enfoque social, solidaria se inicie en
este contexto geopolítico.