viernes, 23 de diciembre de 2011

Participación democrática y liberalismo

Participación democrática y liberalismo

              El debate teórico en torno de la democracia desarrollado en las primeras décadas del siglo XXI, etapa histórica caracterizada por avances en materia de conocimiento y tecnología, resulta curioso, se siga fundamentando sobre  argumentaciones que se remiten a tiempos ancestros en pro de una mayor demanda de participación ciudadana en la toma de decisiones e implementación de un modelo de gestión de democracia directa, pues, la democracia así entendida, en tanto modelo puro, se concibe en el siglo V a.C., constituyendo Atenas su ejemplo práctico más paradigmático.

 Así  mismo, desde la visión  contraria, es decir, en la perspectiva crítica liberal, se cuestiona la vigencia y validez de un modelo, el representativo, que se percibía permanente, pero que, no obstante, ha evolucionado de un modo paradójico en contra de lo que sus fundadores pretendían con su instauración. Esto es, el control y la restricción del poder político con el fin de defender y garantizar la libertad y ámbito privado de los individuos.
Se comprende, pues, ello demuestra lo ilusorio de aquellos planteamientos, ya que, en la práctica el debate  muestra cuán equivocadas eran sus predicciones. Y es que,  resurge el dilema que siempre ha estado presente y que, permanecerá en el futuro. La cuestión a la que se refiere es, el objeto de estudio de la política, el poder: su titularidad, su ejercicio y su particular naturaleza. Por constituir éste un atributo intrínseco de las relaciones humanas, al igual que la razón en el individuo o la misma sociabilidad en el grupo. En este sentido, se percibe cómo la teoría política contemporánea  podría demostrar  la dinámica elitista que subyace en la práctica del gobierno representativo occidental. 

Ante tales evidencias, se viene configurando un  debate teórico  tendente a cuestionar la vigencia de tal modelo, representativo, por verse éste supuestamente afectado por una situación de crisis, si bien, la interpretación de la misma difiere en función del análisis de dos problemáticas divergentes: en tanto crisis de representación o legitimidad (óptica  neomarxista), o bien crisis de gobernabilidad (visión neoliberal).
Se configuran así, en este contexto,  dos corrientes analíticas opuestas: la primera opta por una mayor participación ciudadana en el ámbito de las políticas públicas con el fin de reforzar la construcción de una auténtica democracia directa. La segunda, sin embargo, propone un modelo limitativo del poder político al tiempo que maximiza la libertad individual, consistente en la formación de una democracia de Estado de derecho: Estado liberal. Así, se presencia la  restauración teórica de conceptos y modelos interpretativos clásicos cuyos principales referentes se sitúan en épocas y períodos pertenecientes al pasado, la Antigua Grecia y la Época Moderna, respectivamente. Se está, a nivel teórico, presenciando es el retorno a la historia, al pasado. Lo cual no debe extrañar, si bien, las condiciones de las sociedades actuales son radicalmente distintas, en tecnología y modos de producción, el problema central de la política, en tanto acción de las personas, sigue careciendo en la práctica de una solución final y definitiva. Esto es, la configuración del mejor régimen posible de ordenación óptima del poder político.

La interrogante central  sería la siguiente: ¿Cuáles son las razones que justifican la democracia como el mejor régimen político posible?   La respuesta a tal cuestionamiento deriva de la particular concepción acerca de lo que se considere el principal valor, a tener en cuenta, en toda sociedad: la igualdad (democracia) o la libertad (liberalismo). Así, en función de la primacía de uno u otro valor, se obtendrán sistemas políticos opuestos: Si el valor a tener en cuenta es la igualdad, en tanto participación en el poder político, la consecuencia será  la instauración de la democracia como sistema factible de gobierno, con la concepción teórica haciendo énfasis en   ¿quién debe gobernar? Por el contrario, si el valor fundamental es la defensa de la libertad del individuo, el modelo a seguir es el Estado  liberal que se centra en el ¿cómo se debe gobernar?

En suma, la paradoja, es que actualmente, la democracia, con sus mecanismos electorales, es concebida como forma de gobierno deseable e, incluso, como el único sistema legítimo a tener en cuenta en el contexto político ecuménico, a pesar de que su implementación práctica efectiva es minoritaria. Prueba de ello es la frecuencia con que tal vocablo es empleado por los intelectuales y clase dominante política sin apenas conocer su auténtico significado y consecuencias reales.
Marisol Hernández- Investigadora
Maracaibo, jueves, 23 de diciembre de 2012