sábado, 6 de julio de 2013

La democracia en Asia. Marisol Hernández

 
         El problema de la democracia en Asia, se percibe que con  frecuencia, surge de algo que los franceses llaman "cohabitación", esto es un controversial arreglo mediante el cual un presidente electo directamente por el pueblo debe coexistir con un Parlamento controlado por un partido o grupo de partidos adversarios. Puede que a las  democracias de Estados Unidos o Francia les resulte posible funcionar con los "frenos y contrapesos" de un gobierno dividido (aunque el intento de los republicanos por destituir al presidente Clinton, en el año 1998, podría sugerir algo distinto), pero en Asia el no poder otorgar poderes ejecutivos y legislativos a una misma institución es, generalmente, un inconveniente.
Se comprende que esto es la situación cuando un gobierno intenta promulgar leyes que supongan reformas radicales en lo político o económico. El presidente electo quiere hacer cosas, pero la asamblea no aprueba las leyes necesarias, o viceversa.
          El esquema se representa con un punto muerto legislativo. Los líderes incompetentes culpan a las legislaturas por sus fracasos; los legisladores culpan a los presidentes que pertenecen a partidos rivales. Las acusaciones cruzadas pasan a reemplazar la aceptación de las propias responsabilidades, alimentando la demanda popular por un hombre (o mujer) fuerte que pueda pasar por encima de las divisiones políticas. Por ejemplo, el breve "gobierno de emergencia" de Indira Gandhi en los años 70 fue en parte resultado de esta disfunción institucional.
         Asimismo, un gobierno dividido también juega a favor de los movimientos separatistas de Asia.
En un momento crucial para el proceso de paz en Sri Lanka, la presidenta Kumaratunga se enfureció tanto por las políticas de su rival político, el primer ministro Wickremessinghe, que sacó de sus puestos a tres de sus ministros y llamó a elecciones con casi cuatro años de anticipación. Los únicos que parecen haberse beneficiado de esta división del sistema democrático son los feroces Tigres Tamiles. De manera similar, en Nepal la insurgencia maoísta se ha aprovechado de las divisiones entre el Rey y el Parlamento para ganar control de gran parte del interior del país.
        
       En el mismo orden de ideas, la renuncia del primer ministro de Tailandia, Thaksin Shinawatra, no es más que otra paradoja, mientras más vigor adquiere la democracia en Asia, más disfuncional se vuelve.
Por ejemplo, el intento de los partidos de oposición en el año 2005 de destituir mediante el juicio político al presidente de Corea del Sur, Roh Moo Hyun, con la más débil de las excusas; la imposibilidad del presidente de Taiwan, Chen Shui-bian, de lograr aprobar iniciativas legislativas en un Parlamento controlado por el opositor Kuomintang; el estancamiento del primer periodo de la presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal Arroyo y los insistentes rumores de un golpe de Estado  contra ella: cada una de estas situaciones es testimonio de una forma de parálisis democrática en Asia.
Si la situación de punto muerto y confusión fuera el único resultado, estos conflictos políticos podrían ser tolerables. Pero el estancamiento crónico ha puesto a varias democracias asiáticas frente a la amenaza del descrédito, la violencia potencial y la perspectiva de un declive económico.
         De hecho, los precedentes de inmovilidad democrática en Asia son poco esperanzadores. Por ejemplo, desde la creación de Paquistán en 1947, las divisiones partidistas hicieron que ningún gobierno electo haya sido capaz de completar su periodo. De modo que los desalentados paquistaníes han aprendido a aceptar al gobierno militar como cosa del destino.
        Sin embargo, las democracias asiáticas, con todo lo inestables que puedan ser, son preferibles a las autocracias militares, como en Paquistán o Birmania, o comunistas, como en China y Vietnam. Pese a que los peligros de una democracia debilitada no son, meramente, el bloqueo de la legislación y la ineficacia gubernamental. Los presidentes ambiciosos, pero cuyas iniciativas se ven frustradas, tienen la fácil tentación de tomar medidas inconstitucionales; ya que, razonan, el pueblo los eligió directamente. Lo mismo es válido en el caso de algunos primeros ministros. En efecto, una de las causas de las protestas que causaron la renuncia de Thaksin en Tailandia fue la acusación de que estaba debilitando las tradiciones democráticas del país a costa de un régimen personalista.
       
        Para concluir, basándose en  estos precedentes, se comprende que, quienes diseñan e implementan las políticas públicas en Asia deberían  de prescindir de la "cohabitación" y adoptar sistemas políticos (democráticos) en el cual la victoria electoral se refleje en poder real.
Por supuesto, los sistemas políticos parlamentarios no son perfectos. Ni Singapur ni Malasia, donde desde hace tiempo los partidos gobernantes han dominado el Parlamento, tienen culturas políticas tan saludables como las que se perciben en Taiwan o Corea del Sur.
No obstante, en democracias parlamentarias como las que existen en Japón o India, un líder electo dirige el país hasta el momento en que él o su partido o coalición pierden su mayoría legislativa. Esto significa que los gobiernos son evaluados, no por su capacidad de ser mejor estrategas que los parlamentos, sino por la calidad de sus políticas. Esta parece ser una forma más eficiente (y políticamente más estable) de democracia que la difícil cohabitación, que produce los conflictos y confrontaciones que ocurren en la región.
Abraham Lincoln tenía razón: una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse. En muchas democracias asiáticas, sólo la reconstrucción institucional impedirá el derrumbe.
 
 

 
 
 

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